“…les pido que luchemos, que luchemos juntos por todo lo bello que hay en el mundo. Les pido que aprovechemos cada oportunidad que la vida nos da para aprender, para superarnos, para amarnos. Les pido que rompan con sus propios límites, les pido que una vez que se levanten, corran y se coman el mundo. Les pido que terminemos con la apatía, que seamos críticos, que seamos exigentes, que seamos inconformes y románticos. … Porque lo único que les estoy pidiendo, es que seamos jóvenes.”
Estas fueron las palabras con las que Milo Barrera, Secretario General de ITAMMUN, concluyó el discurso inaugural del Modelo de Naciones Unidas en su edición 2016. Trascendiendo el propósito de marcar el inicio del evento, el mensaje de Milo nos lleva a observar cada uno nuestro reflejo con un cuestionamiento mordaz: “¿Soy verdaderamente joven?”.
Responder de forma afirmativa, argumentando nuestra edad únicamente resultaría de un pensamiento miope. Presuntuoso sería limitar la juventud a una factor tan ajeno a la voluntad como lo es el paso de los años. Es entonces donde se abre ante nosotros la pregunta “¿Qué es realmente la juventud?”
En nuestra búsqueda por definirla encontramos que grandes filósofos y pensadores han coincidido en que la juventud se refiere más bien un estado del alma. Llegamos a él cuando somos capaces de encontrar en el día a día un deseo insaciable por soñar y emborracharnos de vida; sentir con toda intensidad nuestras pasiones, no desaprovechando oportunidad alguna de explotar nuestro talento en miras de encontrar plenitud y enamorarnos de quienes somos. La juventud consiste en tener las ganas de vivir verdaderamente, sin apatía ni desgano hacia la existencia, teniendo en consecuencia una predisposición favorable a sortear las complicaciones que la vida pueda llegar presentar.
Y es que la energía que trae el vivir en juventud se convierte en la fuerza motriz que nos lleva hacia el futuro. Es por ella que la múltiple gama de posibilidades que ofrece el porvenir se vuelve tan esperanzadoramente atractiva. El encontrar en nuestras pupilas el ardor del fuego de la vida se vuelve adictivo y querer sentirnos así eternamente hará que, en el tiempo, nos convirtamos en adultos satisfechos, pues es muy cierto que un viejo feliz y pleno fue en su momento un joven que se dejó seducir por la belleza de la vida.
Por lo tanto se convierte en nuestra obligación el ser genuinamente jóvenes. Aprovechar cada oportunidad que tengamos de sentir la vida latir en nuestro corazón y entregarnos a todo aquello que nos llena pues, como dijo Mark Twain: “Dentro de veinte años estarás más decepcionado por las cosas que no hiciste que por aquellas que sí realizaste”. Así que suelta amarras, navega lejos del puerto seguro, atrapa los vientos alisios en tus velas. Explora. Sueña. Descubre”.