El calor asfixiante nos despierta abruptamente a media noche; no por nada dicen que muchos de los que aquí mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija. Por la ventana alcanzamos a observar las calles iluminadas por el resplandor de las estrellas fugaces que adornan la bóveda celeste coronada por una luna triste y opaca, de esas que nadie voltea a ver. El silencio ensordecedor de la madrugada lo envuelve todo, y es gracias a esta abrumadora quietud que logramos escuchar el creciente murmullo del tumulto de ánimas penitentes que deambulan sin descanso en búsqueda de salvación. El terror nos paraliza al descubrir, en cuanto ponemos un pie en la banqueta, que el pueblo ha cobrado vida en los muertos de otro tiempo, cuyos cuerpos terrosos se desbaratan en charcos de lodo y cuyos ojos que encierran la mirada de todos aquellos que han vivido alguna vez sobre la tierra. La falta de aire empieza a cobrar estragos y solo nos queda dejarnos caer mientras la infernal postal del purgatorio rural que presenciamos comienza a desvanecerse lentamente. Después, todo negro. Sumidos en la oscuridad nos descubrimos incapaces de mover siquiera un centímetro de nuestro cuerpo, y la impotencia que sentimos solo hace evidente ante nuestra conciencia, aun despierta, la ineludible realidad de la que ahora somos parte. Estamos destinados a permanecer inertes contemplando nuestros recuerdos y memorias por toda la eternidad. Así es, estamos muertos en Comala.
Esta alucinación onírica y macabra que confunde tiempos y realidades en un ir y venir entre la vida y la muerte es el eje central de la obra que ha sido considerada como la Gran Novela Mexicana, Pedro Páramo. El argumento es sencillo; Juan Preciado hace la promesa a su moribunda madre de regresar a su tierra natal (el pueblo jalisciense de Comala) con el fin de buscar a su padre – Pedro Páramo– y “cobrarle caro el olvido en el que los tuvo”. Pero grande es su sorpresa al llegar al pueblo y encontrarlo vacío, desolado, y con la noticia de que su padre lleva muerto ya muchos años. Acto seguido, Juan ingresa a una especie de limbo en el que las almas de aquellos que murieron negados de gracia y perdón deambulan por Comala, siendo éstos quienes le van presentando a Juan sus memorias sobre su padre, permitiéndole conocerlo a través del recuerdo.
Es imposible limitar a una sola causa la relevancia que tiene esta novela en la literatura universal. Por un lado, es considerada como la precursora del Realismo Mágico, movimiento literario en el que se busca capturar la irrealidad dentro de un plano cotidiano. Por otro lado, su autor, Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno (mejor conocido como Juan Rulfo), fue un escritor visionario, mítico y obscuro que logró ser un parteaguas estilístico al incorporar una estructura basada en la ruptura de planos temporales y juegos cronológicos que permiten desarrollar una narrativa poliédrica (varios personajes contando desde su perspectiva una misma historia central), redactada en una prosa fina que combina perfectamente lenguaje poético y habla popular.
Sin embargo, más allá de la impecable y novedosa técnica empleada en su escritura, lo que convierte a Pedro Páramo en una novela de trascendencia universal (se ha traducido a más de 30 idiomas) es su capacidad para, mediante la descripción de postales rurales, abordar problemáticas universales como el amor, el poder, la injusticia, la pobreza, el olvido y la salvación, mismas que al mezclarse con la magia presente dentro del imaginario popular mexicano, arrojan como resultado una profunda reflexión sobre la naturaleza humana, sus pasiones, la muerte y la desilusión derivada de mirar un mundo fracasado.
Una lectura sumamente recomendada para este año con el pretexto del centenario del natalicio de Juan Rulfo, uno de los más grandes autores que ha visto nacer nuestro país.