En el transcurso de su vida, el ser humano se encuentra constantemente en la necesidad de tomar decisiones. Ya sea sobre cuestiones cotidianas (como qué calcetines usar o cuál ruta tomar para escapar del tráfico) o sobre asuntos que tienen un efecto permanente y decisivo en su futuro (qué carrera estudiar o con quién formar una familia), el individuo ha de escoger de entre un conjunto de posibilidades recurrentemente.
En la búsqueda de explicar los procesos mentales que toman lugar en el proceso de selección y que, en conjunto, determinan lo que conocemos con el nombre de conducta, la ciencia económica creó al homo economicus, una mítica figura completamente racional cuyas decisiones son siempre el resultado de un proceso matemático de optimización. El hombre económico es egoísta siempre en sus elecciones pues siempre busca maximizar su propia felicidad, siempre analiza fríamente sus opciones tomando en cuenta toda la información que tiene disponible y jamás se deja llevar por las pasiones o emociones. Este supuesto es el pilar sobre el que se construyó la teoría económica tradicional, cuyos modelos constituyen una de las herramientas con mayor injerencia en el desarrollo de políticas públicas; es por ello que la economía puede considerarse indudablemente como la ciencia social con mayor alcance e impacto dentro de la sociedad.
Sin embargo, en la abstracción que el homo economicus realiza del ser humano se dejan del lado una larga lista de actitudes tontas y absurdas que frecuentemente aparecen en la conducta de este último. Aquellas motivaciones que escapan a lo que se entiende por racional pero que igualmente inspiran el actuar del hombre son descartadas sin mayor reparo por la teoría tradicional, llevándola a convertirse en el modelado del comportamiento de una especie muy diferente a la nuestra.
El premio del banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel de este año fue entregado justamente a un economista que ha dedicado su vida entera a romper con el rígido supuesto de racionalidad. Richard H. Thaler es economista catedrático de la Universidad de Chicago, famoso por ser uno de los pioneros (junto con el también premio Nobel Robert Shiller y el psicólogo Daniel Kahneman) en el desarrollo de los cimientos empíricos y conceptuales de la “economía conductual”, un área de la Ciencia Económica que busca incorporar dentro del análisis microeconómico elementos psicológicos y de otras ciencias sociales que explican de igual forma el comportamiento humano y el impacto de éste en el funcionamiento de los mercados.
Dentro del trabajo del doctor Thaler es notable su preocupación por explicar aquellos rasgos de la conducta del hombre que carecen de explicación lógica, reconociendo su peso en la toma de decisiones. Algunas de las características que más analiza en su trabajo son la racionalidad limitada, la influencia de las preferencias sociales y la falta de autocontrol. Parte de su reconocimiento para diseñar mecanismos o “empujones” (“nudges”, concepto acuñado por él) que permitan ayudar al individuo a tomar decisiones de mejor manera, incrementando así el bienestar social. Sus ideas han sido consideradas como la “revolución económica más importante de los últimos treinta años”, cuya influencia ha transformado el enfoque en el desarrollo de políticas públicas y sociales en más de 70 países de acuerdo al Banco Mundial. La entrega del Premio Nobel a un economista paladín de esta nueva corriente es el reconocimiento necesario para legitimar la necesidad de incorporar la imperfectibilidad humana en el idealizado mundo de la Economía modelada, dotándola de mejores y más ricas herramientas de análisis que permitan, con mayor precisión, comprender y predecir el comportamiento humano.