Siempre he creído que la palabra debraye debería ser reconocida como válida dentro del Diccionario de la Lengua Española. Me atrevo a decir esto después de reflexionar sobre la precisión conceptual con la que refiere a una de las actividades más cotidianas del ser humano.
Entendamos por debraye al proceso mental en el que se sigue una línea de pensamiento fluida y espontánea, cuyo origen puede provenir de cualquier fuente – alguna noticia, suceso repentino o inclusive, de mirar la cotidianidad desde una perspectiva diferente. Generalmente se basan en supuestos cuya validez puede ser ignorada a priori, pero que permiten desenvolver y desarrollar una reflexión hasta sus más lejanas consecuencias. Es entonces el debraye, en otras palabras, un ejercicio de pensamiento libre que funge como potencializador de la imaginación, pues permite empujar la creatividad y la lógica en la construcción de una idea concreta.
Las conclusiones a las que se llega suelen ser muy diversas, pues bien pueden arrojar la idea primigenia de un gran proyecto, como desvanecerse en el olvido como un montón de ideas hiladas sin sentido. Sin embargo, por su carácter espontáneo, no es común dejar un trazo de tinta que nos permita recapitular estas ideas esporádicas en el futuro. Es por ello que esta semana hice el experimento de apuntar estas ideas en el instante en que llegaron a mí, escribiéndolas en lo único que tenía a mi alcance: servilletas. Son ideas que difícilmente podrían sostener una columna por sí mismas pero cuyo micro mundo capturado intenta semejar postales cotidianas, por lo que las comparto a manera de invitación a este experimento que he bautizado debrayes de servilleta.
I.
Murió el viejo de la armónica. Aquel cuyo reloj marcaba siempre las tres con diez. La noticia llegó a mí al quinto día de la novena, y no pude más que sentir la tristeza de saberle condenado a la prolongación del olvido que padeció en vida. Cualquiera diría de él que fue la sombra del pueblo; el silente testigo de la cotidianidad de aquella comunidad donde las flores amarillas nacen por doquier a reflejo de la bóveda celeste que cobija la majestuosa inmensidad de la sierra; quedará de él el vacío de sus pasos y la nostálgica visión de su pausado andar.
II.
Les miro desde la discreta lejanía de mi mesa. Él, sumido en sus pensamientos, encuentra su mirada secuestrada por la chica sentada al otro lado de la mesa. Ella, café frío en mano y mirada clavada en su monitor, le sorprende y sonríe para después tomar firmemente su mano. El brillo que sus ojos reflejan es evidencia contundente de que ellos saben algo que nosotros no. Y es ahí que recuerdo el monólogo de la pretenciosa Frances Ha, estaba siendo testigo de “eso que pasa cuando estás con alguien y lo quieres y él lo sabe y él te quiere y tú lo sabes… y es este mundo secreto que existe justo ahí en público, imperceptible, del que nadie sabe nada. Es como eso que dicen que existen otras dimensiones alrededor nuestro, pero que no tenemos la capacidad de percibirlas.”