“Beginners, así se siente el amor” es un filme independiente de producción americana estrenado en 2010. Dirigido por Mike Mills y protagonizado de manera extraordinaria por Ewan McGregor, Mélanie Laurent y Christopher Plummer, narra un episodio en la vida del protagonista, Oliver, durante el que experimenta una crisis emocional consecuencia de la muerte de su madre, una sorpresiva declaración y la agonía de su padre, así como el comienzo de una nueva relación sentimental. Con el pasar de los años, se ha convertido en una de mis películas favoritas, principalmente por las reflexiones planteadas en el fantástico guion. Sin embargo, fue hasta la semana pasada que puse atención a una idea que me había pasado desapercibida hasta entonces, misma que no he podido sacarme de la cabeza; en uno de los momentos de mayor emotividad, Oliver vacila sobre las condiciones que afrontaron sus padres y sobre las que él enfrenta, llegando a la conclusión de que “Nuestra buena fortuna nos ha permitido experimentar una tristeza para la que nuestros padres nunca tuvieron tiempo, así como una felicidad que nunca pudimos ver en ellos”.
A últimas fechas, uno de los temas más recurrentes en programas de radio, televisión, publicaciones en redes sociales y revistas de actualidad es el análisis del individuo arquetípico perteneciente a la “Generación Y”. El término Millennial –acuñado en 1991 por los historiadores Neil Howe y William Straus – refiere a los individuos pertenecientes a dicha generación, generalmente conformada por los nacidos durante las últimas dos décadas del siglo veinte. Esta reiterada obsesión por realizar una vivisección cultural y antropológica hacia la figura del Millennial es resultado de lo disruptiva que se presenta su imagen en el imaginario colectivo, motivada principalmente por la acentuada negación hacia muchos de los valores y hábitos que fundamentaron el ideal del proyecto de vida de la generación anterior, llegando al extremo de caricaturizarse como una generación hedonista, despreocupada e individualista.
Sin embargo, esta concepción encuentra su fundamento en las mismas causas que motivaron el pensamiento de Oliver. No es casualidad que al googlear Millennial los principales conceptos relacionados en los artículos sugeridos sean depresión y ansiedad; datos de múltiples estudios arrojan que la Generación Y está caracterizada por tener los índices más altos de ambos padecimientos. Dichos estudios achacan la causa a diversos factores – el complejo de inmediatez, la formación pedagógica y modelo educativo recibido, las condiciones del mercado laboral al que se integran, la velocidad de la información y el uso de redes sociales como espejismos de realidad, por mencionar unos cuantos –, encontrando en todas ellas como elemento común la presencia de un vacío provocado por la gran incertidumbre que se siente hacia un futuro cada vez más competitivo, con condiciones de mercado más hostiles, y alimentado por una insatisfacción constante provocada principalmente por la ausencia de paciencia, efecto natural de la cultura de la gratificación inmediata a la que han sido expuestos desde diferentes frentes. Los axiomas de realidad sobre seguridad laboral y patrimonial que rigieron a las generaciones anteriores y las dotaron de certeza, para los Millennials son historias ajenas a su cotidianidad, y es la posibilidad de no poder cumplir con todas estas expectativas lo que termina por manifestarse como un perpetuo estado de ansiedad existencial.
Al hacerse consciente de las condiciones a las que se habrán de enfrentar en el desarrollo de su vida adulta, y de que su recurso más valioso será su propia existencia, el Millennial toma la decisión de priorizar el “ser” al “tener” – tan poco comprendido por sus predecesores pues contraviene la lógica bajo las que ellos cimentaron su proyecto de vida –. Y es justo este cuidado del bienestar personal por sobre cualquier otra cosa lo que dota de validez al pensamiento de Oliver, abriendo la posibilidad generacional de una felicidad mucho más genuina y autónoma que permita –junto con el buen uso de la tecnología, la multiculturalidad, el pensamiento crítico y todas aquellas características formidables tan propios de su generación– compensar todo lo malo que pueda atañérseles. Solo el tiempo permitirá valorar si esta fue, o no, la fórmula correcta.