Por: Victor M. Malvaez
Coautora: Constanza M. Chamas
No son pocas las veces en las que, ante alguna situación particular, ya sea un fracaso académico, un proyecto personal o profesional fallido, el término o inicio de una relación, el inminente y esperanzador fin de los estudios profesionales o cualquier inicio o final de una etapa, nuestra cabeza tiende a dar rienda suelta a la imaginación al plantearse un panorama tan amplio y lleno de incertidumbre con preguntas como “¿Qué sigue?”, y“¿Qué pasaría si…?”inundándonos. Estas interrogantes dan paso a una serie de imágenes mentales que emulan el abanico de posibles situaciones en las que nos podríamos encontrar en un futuro próximo, entusiasmándonos las optimistas y deseables, pero adquiriendo una atención preponderante las fatídicas y catastróficas.
Preguntarnos por lo que nos deparará el futurono es más que la proyección de nuestra existencia hacia un estado posterior en el que pueden realizarse con igualdad de probabilidad un sin fin de escenarios factibles. Entendiendo a la existencia presente como una decantación constante entre pasado y futuro, la realidad contingente se convierte en el puente entre la realidad y la posibilidad, lugar en el que se provoca un enfrentamiento entre el ser finito y definido del hoy y la infinitud representada por la multiplicidad de escenarios del mañana. Este enfrentamiento suele venir acompañado por sensaciones de impotencia ante la inmensidad de lo que puede o no ser, de ansiedad que deriva de la incertidumbre, esperanza de que suceda lo deseado y frustración anticipada por la probabilidad de que no; a este cóctel abrumador de sentimientos la corriente filosófica existencialista lo ha definido como “angustia”.
Una actitud que se suele tomar una vez que la angustia nos paraliza es la negación; bloquearlo todo y enterrarlo en lo más profundo de nuestro ser para después pretender continuar con normalidad el curso de nuestras vidas. Sin embargo, el posponer sistemáticamente el encararla resulta en nuestro propio perjuicio ya que si queremos ver convertidos en realidad nuestros anhelos debemos plantearnos siempre el camino a seguir desde el presente, y eso siempre implica la visualización del futuro. Como dijo Woody Allen: “Me interesa el futuro porque es el lugar donde voy a pasar el resto de mi vida”.
Una vez encarada la angustia resulta necesario para trascenderla el hacernos conscientes de que para que cada situación vislumbrada por nuestra imaginación – tanto buena como mala – se vuelva una realidad, intervienen elementos que son ajenos a nosotros y que escapan de nuestro control. Así nuestros planes a futuro deben recaer no en la encaprichada obsesión de que todo ocurra tal y como lo esperamos, sino que únicamente podemos contar con lo que depende de nuestra voluntad.
Siendo así, recae enteramente en nosotros que el futuro sea entusiasmante en vez de angustiante, pues hacer lo que está en nuestras manos hoy conlleva a la tranquilidad de sabernos dueños de nuestro destino a pesar de que la circunstancialidad alguna vez pueda superarnos, pues como dijo Albert Camus, «La verdadera generosidad hacia el futuro radica en darlo todo al presente» y el no hacer nada al respecto se vuelve nuestra propia sentencia.