Se dice que la filosofía es la madre de todas las ciencias, y que ésta a su vez es hija de la religión. Pero ¿qué pasa cuando una de tus nietas descubre algo que tú no sabías?
El primer gran descubrimiento que hizo alguna de las ciencias -al menos en lo que respecta al mundo de las ideas- fue el de que la tierra no es el centro del universo, y que ni siquiera es el centro de nuestro sistema solar. Este descubrimiento fue de tal impacto que las secuelas llevan su propio nombre, la Revolución Copernicana.
Aquel historiador en ciernes recordará que, al principio, este descubrimiento por parte de la física no le cayó en gracia a la abuela. Ya que interfería con uno de sus relatos favoritos, en el que el abuelo había construido con sus propias manos la casa en la que vivían en el centro exacto de la ciudad, la cual estaba en el centro exacto del planeta.[1] El cual a su vez estaba en el centro del universo. Pero, a pesar de que la edad y sus dolores regulares la hacían lenta, la abuela terminó por aceptar lo que le decía su nieta, y guardó el relato en el baúl de los recuerdos.
El segundo gran descubrimiento lo hizo la biología. Con la llamada Revolución Darwiniana resultó que el humano no era tan especial como pensábamos, que era un animal más y que había sido el producto de la evolución. Esto hizo guardar a la abuela un relato más en el baúl. El cual decía que una noche el abuelo había instalado un taller en el centro de la casa y las había hecho con sus propias manos usando la mejor tierra del jardín. Y que a pesar de que a cada una la había hecho diferente, decidió a todas ponerle unos ojos igualitos a los de Él.
Ahora que la abuela está en el hospital, nos pusimos a reflexionar sobre sus relatos. Tal vez lo que quería decir con el primero era que cada uno de nosotros es el centro de nuestro propio universo, pero que la comunidad en la que vivimos y la humanidad en general también son el centro de ese mismo universo. Tal vez con el segundo relato la abuela nos quiso decir que cada uno de nosotros estaba hecho con trabajo, cuidado y amor. Y que, a pesar de ser distintos, todos teníamos una parte de nosotros a imagen y semejanza de aquel otro protagonista, tan digno de los mejores relatos.
Cada que visitamos a la abuela nos cuenta la misma historia, “si es que me toca irme, les dejo el baúl. Pero les advierto: si uno de ustedes lo abre, no lo podrán volver a cerrar”.
[1] Hay que recordar que cuando la abuela era joven, todos creían que el mundo era un disco plano.