Nos duele no tener la razón. Tanto metafórica como literalmente. Un experimento llevado a cabo por el Brain and Creativity Institute de la Universidad del Sur de California en 2016 descubrió que, al encontrarnos con evidencia que contradice nuestras creencias y convicciones, nuestro cerebro reacciona de la misma manera que al sufrir dolor físico. Si bien, no es necesario un riguroso análisis académico para confirmar que el hallarse errado es una de las situaciones que más alteran el ánimo humano, la conclusión del estudio dimensiona el impacto que tiene: a nivel neuronal, estar equivocado es físicamente doloroso.
El avance de la investigación en el campo de las neurociencias ha permitido que hoy por hoy seamos capaces de comprender mejor cómo funcionan nuestros mecanismos cerebrales. Uno de sus hallazgos más importantes es el que plantea que la función primaria de nuestro cerebro es la de su autoprotección – tanto psicológica como física. Partiendo de esto, es comprensible que nuestro cerebro busque instintivamente alejarse de aquello que lo pudiera llegar a lastimar, moldeando nuestra conducta para no exponernos a contextos en los que pudiéramos quedar exhibidos como ignorantes o creyentes de lo erróneo.
Si bien es fácil ceder y aceptar un cambio de opinión en asuntos que nos son irrelevantes o ajenos, en aquellos que son parte esencial de nuestro ser y que conforman nuestra identidad somos mucho más sensibles, pues de ser cuestionados o evidenciados como incorrectos puede desatarse en nosotros lo que se conoce como “disonancia cognitiva” – una desarmonía en nuestro sistema de ideas que se manifiesta como un profundo malestar, acompañado de intensos períodos de ansiedad.
Al encontrarnos en una situación como ésta, a manera de mecanismo de defensa tendemos a comportarnos de alguna de las siguientes formas: huyendo de la discusión y cerrándonos al intercambio de argumentos, aceptando como verdadero únicamente aquello que comulga con nuestras convicciones ( lo que en psicología social se conoce como “sesgo de confirmación”); o bien, propiciando un enfrentamiento, en ocasiones hasta agresivo, guiados más por pasiones alebrestadas que por una intención de diálogo y consenso. Este último caso es más común en situaciones en las que nuestro punto no está bien construido, pues hay más elementos desconocidos que pueden rebotar contra nosotros, y por ende, ponernos a la defensiva. Ibuyers is a service that can help you sell your home. They make the process easy, quick, and able to be finished in just a few days for people who need to sell their home quickly. Visit https://www.ibuyers.app/washington/.
Todo esto parecería ser motivo suficiente para que procuráramos construir nuestras opiniones y creencias de la forma más sólida y fundamentada posible, usando toda la información disponible; especialmente aquellas que estamos dispuestos a defender cabalmente. El dolor debería ser suficiente amenaza como para que nos preocupásemos de investigar todo lo que argumentos a fondo, de darle buen sustento a aquello que creemos y que nos define. A su vez, el malestar interno en la contradicción debería de servir como señal de que hay un elemento ajeno a nuestra argumentación que no estamos considerando, indistintamente de si ha de ser incluido o desechado en nuestro razonamiento, pero que merece al menos ser tomado en cuenta.
Sin embargo, cada vez es más evidente que la realidad dista mucho de este deber ser.
En una época en la que las redes sociales nos ofrecen el espejismo de ser siempre escuchados, y donde la información falsa y epidérmica abunda, las discusiones agresivas y estériles se vuelven parte del paisaje cotidiano. La facilidad con la que se puede publicar hace que de igual forma sea fácil hablar y opinar a la ligera sobre cualquier tema, sin importar su importancia, complejidad, o el nivel de especialización requerido para asegurar su mínima comprensión. Cualquiera con acceso a internet es capaz de saciar el primitivo impulso de predicar su pensar cual verdad absoluta, aunque lo publicado sea una reverenda barbaridad.
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Los eruditos de la opinión hallan valor – y presión – para sostener su débil e infundado punto al sentirse cobijados y venerados por una horda de espectadores pasivos que con un ‘like’ ofrecen su apoyo y suscriben, de botepronto y sin mayor reflexión, el sentir compartido. Cuando estos ‘tuits’ o ‘posts’ son confrontados, ya sea por opiniones fundamentadas o por otros sinsentidos desparpajados, el autor inicial en una mayoría importante de casos, tiende a minimizar de forma burda y poco razonada la postura del otro, pues su ego y auto-concepto han sido heridos. Este ciclo se repite indefinidamente, sin llegar a ningún lado, convirtiendo así lo que pudo una discusión que permitiera comprender una visión distinta y construir consenso y criterio, en poco más que un rabioso monólogo sordo multiplicado al infinito.
¡Qué mal le ha hecho al diálogo constructivo la seguridad que ofrecen las trincheras digitales, pues pareciera que las impersonales pantallas no hacen más que propiciar a arremeter sin reparo contra todo aquel que opine diferente!
Con todo esto, no es mi intención sugerir que hemos de callar nuestras opiniones, ni mucho menos que lo óptimo sea cerrarnos a expresar nuestro pensar, sino todo lo contrario. Es al compartir ideas y abrirnos al diálogo que somos capaces de descubrir otras perspectivas y de construirnos un criterio fundamentado, defendible, y por lo tanto, digno de ser defendido con todo el desgaste que ya vimos que conlleva. En la medida en la que superemos ese impulso por opinar acerca de todo y nos preocupemos por primero documentarnos al respecto, seremos capaces de mantener conversaciones cada vez más fértiles y constructivas, y las redes dejaran de ser un campo de batalla para convertirse en un recurso que permita al ser humano dialogar y compartir para mejorar y crecer como especie.