Hace un par de años se llevó a cabo en el ITAM una mesa redonda con el tema “Octavio Paz, a 100 años de su nacimiento” con el propósito de discutir y analizar la obra poética del autor. De entre todas las intervenciones, la realizada por mi entonces profesor – Mauricio López Noriega– logró impactarme a tal grado que marcó un antes y un después en mi manera de entender el mundo. En esta participación, el Doctor propuso como eje central en el trabajo del nobel mexicano la preocupación constante por alcanzar una percepción idílica de la realidad, entendida como Estado de Poesía.
El Estado de Poesía no es más que la capacidad de mirar a la vida a través de una lente romantizadora; es el estado del alma en el que existe la disposición de encontrar belleza en lo simple y de conmovernos con lo común al vislumbrarlo desde la mirada del sentimiento estético para así hacernos conscientes de que, como dijo Hermann Hesse “La belleza no hace feliz al que la posee, sino al que puede amarla y adorarla”. Partiendo de esta definición, resulta natural definir al arte como la materialización de la visión poética del artista, misma que no persigue otro fin más que el de encontrar comprensión en el espectador e influir – aunque sea un poco– en su cosmovisión.
No se me ocurre una obra capaz de ejemplificar mejor lo anterior que la película de 1999, Belleza Americana. El multigalardonado filme de Sam Mendes tiene el mérito de conducir a la audiencia hacia la contemplación de la belleza cotidiana partiendo de la rutinaria y superficial vida suburbial, mientras acompañamos a Lester (interpretado con maestría por Kevin Spacey) en su proceso de reconciliación con el encanto de la vida. Dentro de todos los puntos del guión que pudieran analizarse, hay una escena en especial que logra cautivar por su simpleza, introduciendo sutilmente el Estado de Poesía al espectador. En lo que es el momento más emotivo del filme, Ricky Fitts (Wes Bentley) le muestra a la hija de Lester, Angela (Thora Birch) un video en el que aparece una bolsa de plástico siendo movida por la brisa otoñal. La escena cobra relevancia con la interpretación de Fitts, quien logra convertir un evento tan casual como una bolsa bailando con el viento en un cuadro genuinamente bello. Fitts no hace más que abrir los ojos a la belleza cotidiana, permitiéndose el encontrarla en momentos espontáneos y esporádicos, perfectos por su insignificancia trascendental. Nos recuerda que el redescubrir las cosas cotidianas que damos por sentadas, desde una perspectiva poética, es una fuente innegable de alegría a la que nuestro complejo postmodernista enajenante de inmediatez le impide el paso.
Ante un panorama mundial tan lúgubre, se vuelve más necesario que nunca el reencontrarnos con la belleza cotidiana. Se torna necesario estar dispuestos a prestar atención y alcanzar un Estado de Poesía para poder descubrirla, y así constituir su defensa como un acto contemporáneo de rebeldía, pues en palabras de Lester “Es difícil estar enojado cuando hay tanta belleza en el mundo”.