El objetivo principal de Desde el Atril, desde que comenzó,ha sido desmenuzar el concepto de cultura, analizando sus implicaciones y manifestaciones desde cada una de sus aristas, pues estoy completamente convencido de que es este el elemento clave que nos ayuda a entendernos en el mundo, el que da profundidad y sentido a cada uno de nuestros días, además de permitirnos mirar la vida a través de un estado de poesía desde su lente romántica. Reafirmo esta convicción con cada cierre de edición al recordar el discurso que inspiró el nacimiento de esta columna y que consagró a Robin Williams como histrión de primera categoría: “Les contaré un secreto: no leemos y escribimos poesía porque es bonita. Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana; y la raza humana está llena de pasión. La medicina, el derecho, el comercio, la ingeniería… son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida humana. Pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor son cosas que nos mantienen vivos”.
A dos años de emprendida esta quijotesca cruzada de tinta, y tras una antología de reflexiones que han dejado a su paso un saldo ambiguo entre preguntas y respuestas, no ha sido tarea fácil encontrar las últimas palabras con las cuales despedirme del atril. Sin embargo, la magia de la casualidad me llevó a encontrar la conclusión final de este ejercicio atrapada en un verso de Bécquer:
“¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mí tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú”.
Todo lo que se dice, se piensa y se recuerda de nosotros – tanto lo bueno como lo malo – no es más que aquello que nos distingue del resto; ese conjunto de características propias de nuestra esencia que nos hacen romper el molde de lo común y que componen nuestra individualidad. Dicho bagaje de singularidades, que biselan nuestra personalidad y que nos hacen ser quienes somos, no es otra cosa más que la forma en la que nos ha transformado la suma de todo lo que hemos pensado, visto, escuchado y vivido. Know more on, addiction
No solo somos los años que traemos a cuestas, sino también las experiencias que nos han marcado, los libros que hemos leído, las sinfonías que nos han erizado la piel y las canciones que hemos cantado a todo pulmón; somos tanto las películas que hemos visto un sin fin de veces y que veríamos un sin fin más, como aquellas que juramos jamás volver a ver; somos todas esas charlas de madrugada y cafés de sobremesa, todas aquellas notas que hemos escrito y los debrayesque hemos tenido en una servilleta; somos la primera fotografía que tenemos en la memoria, pero también el último cuadro que nos conmovió. Somos cariño, tanto el que hemos recibido, como el que hemos dado e incluso el que nos han arrebatado. Somos la forma en la que decidimos amar a otros y apasionarnos por la vida, las veces que nos hemos tenido que levantar y las lágrimas que hemos derramado. Somos, como dijo el gran poeta, “todas esas cosas demasiado chicas para el mundo, pero inmensamente grandes para nosotros”.
Somos también lo que nos entusiasma del futuro. Somos las angustias existenciales que nos abruman en soledad, y lo que pensamos de la suerte. Somos la memoria de nuestros seres queridos, la nostalgia de un pasado idealizado, nuestra postura sobre el destino y los clichés que en secreto queremos vivir. Somos todas esas razones por las cuales estamos conscientes que vale la pena vivir y los amigos con quienes tenemos una conexión tan grande que trasciende espacio y tiempo. Somos lo que pensamos del tiempo, de la muerte y de nuestra generación y la forma en la que lo expresamos. Somos la forma en la que extrañamos, las cartas de amor que hemos escrito y la forma en la que encontramos la belleza cotidiana.
Y resulta así, tan evidente: nosotros somos cultura andante, tanto como la que hacemos; y es aquí donde no queda más remedio que darle a André Malraux toda la razón: “La cultura hace al hombre algo más que un accidente del universo.”
GRACIAS A TODOS.