Se dice que “el amor nace del deseo de convertir en eterno lo pasajero”, y no existe mejor recurso para alcanzar la eternidad que la escritura. Es por ello que cuando se sienta una presión en el pecho tal que se vuelva necesario vaciar el corazón, será inevitable escribir una carta de amor.
Podrá escribirse indistintamente de noche o de día, lo importante será encontrar un momento en el que el silencio permita a nuestros oídos escuchar nuestro pulso, pues es el corazón quien nos habrá de dictar. Se sangrará la emoción a través de la pluma, por lo que la carta habrá de escribirse a mano, quedando estrictamente prohibido cualquier medio electrónico. Deberá también escribirse de corrido, sin plantearse a priori norma o estilo ni acotarse por norma alguna pues es necesaria total libertad para que el impulso lírico permita al estado de poesía hacer su aparición y así, conducir nuestra escritura. Bien lo ha dicho ya Platón, “Al contacto del amor, todo el mundo se vuelve poeta”.
Lo verdaderamente complicado será comenzar; decidir qué se ha de decir para abrirse a la confesión. Se recomienda ampliamente iniciar con el reconocimiento de la cotidiana vulnerabilidad que nos ha llevado a armarnos de tinta para después desarrollar nuestro sentir, pues una carta no es más que una fotografía atemporal de los sentimientos presentes en un momento determinado; un silente testigo de lo que algún día se sintió. Prudente será entonces para su desarrollo el abusar del anhelo, la urgencia y la metáfora que permite transgredir el límite entre la realidad y la fantasía en nombre del amor.
El punto álgido de nuestra apasionada declaración habrá de dejarse para el final, redactándose brevemente y sin titubear. Aquí nos olvidaremos de la figura retórica de tal modo que se haga notar que se conserva todavía razón suficiente para asumir completa responsabilidad de lo que se ha escrito con anterioridad y así, remarcar que estamos plenamente conscientes de nuestro sentir.
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Se procederá entonces con una formal despedida, nombre y firma incluidos. No se debe olvidar poner lugar y fecha en la esquina superior derecha. Meterla posteriormente en un sobre adecuado y llevarla al destinatario sin reflexionar demasiado en el contenido para evitar el acobardamiento, pues podría resultar intimidante el hacernos conscientes de que no existe muestra de amor más profunda y personal que ésta. Es importante notar que ese sobre contiene una ventana hacia nuestra esencia, un resquicio por el que nuestra alma se desnudará ante la mirada expectante del ser amado.
Por último, deberá de entregarse personalmente, en la mano, acompañada de una breve sonrisa y de un efímero beso en la mejilla, para después emprender el retorno, dejando de lado – por sanidad– el deseo de obtener pronta respuesta.
