Cuando se está por cruzar el umbral de la muerte, uno ve pasar la película de la existencia vivida frente a sus ojos, o al menos eso dice la creencia popular. De ser esto cierto, es más acertado creer que en nuestros últimos minutos de consciencia, en lugar de mirar todos y cada uno de los instantes que compusieron nuestra vida, tendremos la oportunidad de rememorar los momentos que fueron determinantes en nuestro devenir; aquellos que fueron un parteaguas en nuestro destino ya que cambiaron el curso que habríamos de seguir a partir de ellos, y que dejaron un eco profundo en nuestra esencia. Estos momentos pueden perfectamente ser experiencias compartidas, decisiones tomadas, ideas concebidas o encuentros orquestados por la casualidad y el destino.
Hablando de los encuentros en particular, hay algunos cuyo impacto excede el percibido por los involucrados pues las consecuencias que de él derivan marcan un antes y un después en la historia de la humanidad. Uno de mis ejemplos favoritos es el que se dio en la Florencia de finales del siglo XIII cuando il Sommo Poeta, Dante Alighieri, conoció a quien habría de convertirse en la más grande musa de todos los tiempos, Beatriz Portinari.
Imaginemos la escena: Dante, con apenas nueve años a cuestas, acompaña contra su voluntad a su padre a una reunión de la alta sociedad florentina. De pronto, su mirada quedó atrapada por la visión de una niña de edad similar y belleza celestial, vestida de color de llama viva y de quien años después habría de escribir que “quien la miraba, enajenado dudaba si era visión o mujer maravillosa”. Algunas versiones de la historia cuentan que su relación nunca sobrepasó un casual saludo, otras que Dante no volvió a saber de ella sino hasta nueve años después, cuando ya ambos se encontraban comprometidos con quienes sus respectivas familias habían acordado que serían sus parejas como era la costumbre de aquel tiempo. Sin embargo, fue a partir de ese efímero encuentro que Beatriz se convirtió en la fuente de inspiración absoluta en la vida del poeta y quien habría de llevarlo a consagrarse como uno de los autores más importantes de la literatura universal.
Con las noticias de su prematura muerte – con tan solo 25 años– Dante buscó consuelo en las letras, prometiéndose que no volvería a escribir acerca de su musa hasta que no encontrara la forma adecuada de hacerlo. Y es ahí donde surge la idea que inspiraría el libro que marcó el final del obscurantismo, que abriría paso al movimiento humanista y que sería el cimiento de aquella época de prosperidad académica y cultural recordada como El Renacimiento. El libro que cambiaría el curso de la humanidad consecuencia de la inspiración obtenida de un encuentro fugaz.
La Divina Comedia, puede bien considerarse como el primer libro que puso al hombre en el centro, caracterizándolo como un compendio de virtudes y vicios para quien el principal motor es el amor, y que por medio de éste puede alcanzar un estado de gracia. Sin embargo, más allá de los múltiples y ricos niveles de lectura que puedan dársele, llanamente narra la travesía que emprende nuestro poeta a través del infierno y purgatorio para reencontrarse con su eterna amada en el paraíso. En palabras de Borges: “Yo sospecho que Dante edificó el mejor libro que la literatura ha alcanzado para intercalar algunos encuentros con la irrecuperable Beatriz”.