Soy un gran admirador del trabajo de Woody Allen. Me he considerado un fanático empedernido desde que vi por primera vez un filme de su autoría. Más allá de la belleza estética que uno observa en sus tomas adornadas por un preciso acompañamiento de música de grandes bandas, siempre he encontrado fascinante la facilidad con la que el cineasta originario de Brooklyn logra abordar temas que responden a la condición existencial humana sin necesidad de un guión complejo. En mi opinión, dentro de toda su producción que comprende más de cuarenta filmes, hay una que cumple con esto de forma sutil y magistral a la vez, poniendo el dedo sobre el renglón en lo que pareciera ser uno de los males que más caracterizan nuestra contemporaneidad, la nostalgia.
Media Noche en París, película estrenada en 2011, trata en resumidas cuentas sobre Gil (Owen Wilson), un escritor obsesionado con el pasado que añora el París que albergó entre sus calles a la Generación Perdida, en los años veintes. Es en un viaje a esta ciudad en el que, huyendo de su prometida, la hermosa pero materialista Inez (Rachel McAdams) al reloj marcar la medianoche mágicamente es transportado a la época de sus anhelos. En esta época encuentra a todos aquellos artistas de quien es admirador y nace entre él y una conocida musa de la época, Adriana (Marion Cotillard) un amor separado por unas cuantas decenas de años.
Allen logra poner el dedo en el renglón en cuanto a la Nostalgia. La idealización del tiempo pasado es algo con lo que estamos bastante acostumbrados. No es extraño escuchar en el día a día expresiones en las que se sentencia al presente, declarando de forma reiterada que todo tiempo pasado fue mejor. Que si en el pasado los políticos eran más honestos, que si los niños de antes eran más educados o que incluso, el amor hace unas cuantas décadas era considerablemente más sustancial y profundo. Sin embargo, esta añoranza por todo aquello que vive en la memoria no es más que (como bien dice Paul , antagonista del filme) “Negación del doloroso presente.”
El estar poco satisfechos con nuestra actualidad es lo que nos lleva a la idealización, bien de una persona o situación, bien de una época pasada de la que apenas tenemos un conocimiento superficial, y el perseguir dicho espejismo no hace más que alejarnos de realmente resolver el problema. Como Gil entiende casi al final de la película, la vida presente es poco satisfactoria comparada con los fantásticos y perfectos mundos que creamos en nuestra imaginación, sin embargo, es necesario no perder de vista que todos aquellos a quienes admiramos en el pasado fueron mentes que entendieron su temporalidad y que en vez de mirar al ayer buscando refugio, se atrevieron a depositar su fe en el futuro. Quizás así, idealizando el mañana y trabajando para volverlo realidad en el presente, se logre enamorar uno del hoy y se rompa el desencanto que tanto caracteriza a nuestra postmodernidad.