Sophie y su mamá estaban tomando té cuando sonó el timbre de su casa. Era, literalmente, un tigre que las esperaba en su puerta. La reacción natural hubiera sido entrar en pánico, huir o perder toda esperanza. Bastante entendible, considerando la precariedad de la situación. Sin embargo, la mamá de Sophie tomó una postura más estoica. Atiende al tigre y hace todo para mantenerlo satisfecho: vació los anaqueles, le dió de beber hasta la última gota de agua en sus tuberías, acabó con la comida y con un par de muebles. Es probable que la mamá de Sophie haya leído a Séneca y Marco Aurelio, pues aunque no es una situación idónea, tampoco es motivo de total consternación.
La comida eventualmente se agota, la cocina queda desmantelada y el tigre se va. Más tarde, el papá de Sophie regresó de trabajar y quedó atónito por lo sucedido, pero usa como excusa la situación y sale con su familia a comer algo suculento. Al día siguiente, reestablecen sus víveres y compran, por si acaso, una gran lata de comida para tigres, los cuales nunca volvieron. La vida siguió para ellos.
Este cuento escrito en 1968 por Judith Kerr contiene, en el actuar de la mamá de Sophie, la esencia de los ideales estoicos de Séneca (Roma antigua), ejemplificados también en varias cartas que Séneca le escribió a su amigo Lucilio. Lucilio le escribió desesperanzado: había recibido una demanda que amenazaba con destruir su carrera, fama y riqueza. La respuesta de Séneca en su carta #24 fue en partes iguales tajante y reconfortante:
“Crees que te voy a exhortar a que te prometas el resultado más favorable y te recrees con esta lisonjera esperanza… – continuó Séneca – …mas yo te conduciré a la tranquilidad por otro camino. Si quieres liberarte de toda preocupación imagínate, sea cual fuere el acontecimiento que temes, que se ha de realizar indefectiblemente”. Este es un dogma central del estoicismo.
El estoicismo nos invita a imaginar lo peor, a empujar nuestras preocupaciones a sus limites y analizar lo que queda; no será bonito, pero habremos de reconocer que seremos capaces de sobrevivirlo. Para calmar a Lucilio, Séneca no le sugirió aceptase la idea de la humillación, la pobreza y el desempleo. Lo invitó a que entendiese que éstas no eran el fin de todo. Le mandó una prescripción a la medida:
“Me haré pobre; estaré entre la mayoría. Iré al destierro; pensaré haber nacido en el lugar al que se me envíe. Seré encadenado. ¿Y qué? ¿Acaso soy libre ahora? La naturaleza me sujetó a esta carga pesada que es mi cuerpo”
La ruta a la fuerza interior no es correr de la ansiedad, sino prenderle la luz al cuarto donde están nuestros miedos y ver que hay ahí. Séneca nos invita a prepararnos a que nada sea inesperado para nosotros. Nuestra mente habrá de ser enviada al futuro, con antelación, para encontrase con cualquier problema. En sus palabras: “Cuanto puede suceder, pensemos que ha de suceder”.
Los estoicos desdeñan la esperanza ciega. Aunque tengan buenas intenciones, nos hacen daño aquellos que nos repiten que todo saldrá bien – así hasta que nos encontremos aquejados por algo y no sabemos que hacer. Aquellos que solo nos permiten imaginarnos escenarios aduladores nos privan de la herramienta más poderosa que nos dio Séneca para sobrellevar nuestras crisis: “… cala en la esencia de toda cuestión. Descubrirás que en ellas nada hay terrible excepto el temor que inspiran”.
Respecto a la muerte, los estoicos consideraban que cada día que pasa decaemos más. Cada día morimos un poco y por tanto, no le tememos a cualquier muerte – únicamente a la definitiva. Y aun así, para ellos, ésta no es algo malo. Pensaban que el sufrimiento siempre tiene una alternativa. Si todo resultaba verdaderamente insoportable, si no hay que redimir ni manera de sobrellevar una situación, decía Séneca que la libertad la encontraríamos con tan solo voltear nuestra muñeca: “Un hombre no debe vivir tanto como puede, únicamente tanto como debe”.
Cabe recalcar que no estaba haciendo una apología al suicidio, ni proponía esta acción como opción universal. Quería que considerásemos que nada puede quitarnos el poder de decidir. Para los estoicos, la muerte es el fin del sufrimiento. Tanto así que Séneca afirma: “tan poco hemos de temer la muerte que, gracias a ella, nada debemos de temer”. Sus enseñanzas son sombrías y, aun así, profundamente consoladoras. Nos invitan a sentirnos heroicos y desafiantes ante nuestros problemas.
Los estoicos no negaban la ansiedad que instilan en nosotros los acontecimientos rutinarios. Tan solo nos guían, con su agridulce sabiduría, a profundizar nuestros miedos para llegar a la conclusión de que aunque los tigres vengan por té, eventualmente se irán y nosotros estaremos bien.
Sin duda la muerte también puede representar una libertad 🤗🌻🌷
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