El arte se crea cuando existe perfecta comunión entre la pasión y la técnica; no podemos definir como obra de arte una creación hasta que el realizador logra capturar en ella toda su inspiración apasionada con tal maestría que el espectador sucumbe maravillado y conmovido ante un inevitable mar de emociones.
Esto es lo que ha logrado el director mexicano Alejandro G. Iñárritu con su más reciente entrega. The Revenant es una verdadera obra de arte en tiempos en los que el cine se pierde entre películas desechables de elementos genéricos.
El filme, basado en la novela homónima de Michael Punke, toma un argumento simple (un hombre escapa de los brazos de la muerte para vengarse de aquel que lo abandonó a su suerte en medio de la inexorable nada, herido tras sobrevivir a un ataque de oso) y lo eleva a un plano poético en el que la pregunta sobre el sentido de la vida y encuentra respuesta en el silencioso regresar de Hugh Glass (DiCaprio) a la vida.
Muchas dificultades atravesó la producción como consecuencia del gran compromiso hacia el proyecto, como filmar en condiciones inclementes (a temperaturas gélidas y sin comunicación con el mundo exterior) o la forzosa mudanza de locación a media filmación (de Canadá a Argentina) consecuencia del afán de grabar la cinta en orden cronológico y en puras locaciones naturales.
Sin embargo, el resultado es sencillamente hermoso; un banquete sensorial, tanto en conjunto como en cada elemento que lo compone. DiCaprio se consagra como histrión con el papel más demandante de su carrera, como él mismo declaró. Sin necesidad de diálogo logra contagiarnos de su sufrimiento y nos lleva de la mano para renacer junto a él, desde las vísceras, literalmente, en el mundo. Tom Hardy también nos entrega una de sus mejores interpretaciones como el antagónico Fitzgerald: individualista, cínico, animal, humano.
El paisaje es un personaje más tras el lente del genio de Emmanuel Lubezki. Sin necesidad alguna de luz artificial, logra transformar una simple toma, un plano secuencia, en poesía visual. El trabajo de “El Chivo” es esencial pues, como dijo Orwell: “es imposible hacer una buena película sin una cámara que sea como un ojo en el corazón de un poeta”.
Podría extenderme indefinidamente resaltando todo lo bueno que hay en el filme (mismo que le ha valido doce nominaciones al Oscar, 7 a los BAFTAS y 6 premios ya en su haber) pero me quedo principalmente con esto: Es una película brutalmente increíble, una experiencia visceral y salvaje en la butaca; difícil de ver por su explicitud (tanto física como emocional) y desgastante para el espectador por el derroche de intensidad presente desde el minuto uno. Una cinta que puede verse desde diferentes niveles (como la épica travesía literal, como un viaje espiritual o hasta como un documental antropológico que desentierra la esencia del hombre y la proyecta dos horas y media). Debe verse con apertura de disfrutar de algo poco convencional.
Para todos los amantes de lo bello, está película será una joya en su colección pues, como dijo Luis Gamboa: “es en el dolor más profundo en donde Iñárritu encuentra belleza”.