– por: María Fernanda Avila Lores
Un amor que trasciende lo terrenal e inclusive la muerte. Así es la obra de Félix González-Torres. Sus obras pueden ser de lo más amable e inofensivo, sin embargo, si miramos más de cerca, dejamos de lado los prejuicios y nos permitimos reflexionar sobre temas que por lo regular pasamos por alto, es seguro que el artista nos esté hablando de temas políticos y controversiales, invitando siempre a la reflexión de la memoria colectiva y personal.
Utilizando materiales simples, de esos que encontramos en todos lados, que forman parte de nuestra vida cotidiana: relojes, dulces, cuentas, papel, bombillas de luz; materiales que son la definición perfecta de los utilizados en el ready made, siempre buscó que el espectador, fuera más que eso; que se conectara a tal punto con la obra que se convirtiera en una extensión de la misma.
La obra del cubano gira en torno a tres temas: amor, muerte y luto. Al utilizar materiales producidos en masa, su obra puede caer en la concepción de ser extremadamente superficial, empero el artista tiene la capacidad de tomar esos objetos y convertirlos en una obra íntima; obras que pueden disolverse siendo al mismo tiempo inalterables. Por lo que resulta una experiencia conmovedora ir descubriendo el significado de cada uno de sus caramelos, de cada una de sus cuentas, de cada uno de sus segundos.
Dos obras son las que en lo personal me hicieron interesarme en la trayectoria del artista Untitled (Perfect Lovers) y Untitled (Portrait of Ross in L.A.). González Torres fue abiertamente homosexual y sus obras están fuertemente marcadas por su relación con quien fue su pareja por más de ocho años y el amor de su vida, Ross Laycock, quién murió a los 37 años a causa del SIDA en 1996. Es por esto que varias de sus obras tienen como finalidad denunciar fallas políticas, errores y condenas sociales sobre la llamada “peste rosa”.
Dos circunferencias, una al lado de la otra; cuatro manecillas, meticulosamente sincronizadas; veinticuatro números, anunciando el infinito; una pared pintada de color azul, como el cielo en un día despejado. Así es Untitled (Perfect Lovers), 1991 obra que se encuentra en el Museum of Modern Art (MoMA). Obra elaborada por el autor el año en que su pareja sucumbió ante las complicaciones de su enfermedad. Dos relojes, uno al lado del otro, que cualquiera podría encontrar en una tienda departamental, e incluso en un supermercado, logran transmitir una emoción no relacionada con este tipo de objetos; tan grande que es capaz de conmover a cualquiera que conociera su historia.
Erróneamente caemos en la concepción de que el tiempo es un recurso infinito, pero bien dicen, el tiempo ido jamás vuelve. Al enfrentarse a una situación en la que el tiempo se agota es normal desear que este nunca termine y de ser posible ganarle tiempo al tiempo; exactamente lo que logra González-Torres. En 1988 le escribe una carta a Ross, después de que fue diagnosticado con SIDA, en la que le pide que no le tema al tiempo, sino que por el contrario se sienta orgulloso de que lograron vencerlo al conquistar el destino y coincidir en un cierto momento en un cierto espacio, que desde ese momento y para siempre estarían sincronizados. Carta que a veces acompaña a Perfect Lovers.
Es justo esta metáfora de los amantes perfectos lo que representa el autor en los dos relojes. El autor estaba consciente de que eventualmente las manecillas se desfasarían o de que en algún momento requerirían un cambio de baterías; situación similar a la que se enfrentan las relaciones humanas, existen ocasiones en las que los amantes se desincronizan, en las que ciertas ideas o actitudes ocasionan que se desfasen. Sin embargo, ambos permanecerían juntos para siempre.
Lo más importante en los artistas conceptuales es la idea de lo que representa su obra. Dos relojes, un fondo azul, el amor eterno, lo efímero del tiempo…Alguna vez el mismo Félix González-Torres dijo: “Es acerca de ver, no sólo mirar. Ver lo que está ahí”. Y entonces, yo te pregunto a ti, ¿qué es lo qué ves?